A pesar de sus personalidades tan distintas, Heidegger y Nietzsche pasaron en sus vidas por algunas circunstancias similares. Ambos conocieron épocas de auge y decadencia, según la oscilación de las bogas cambiantes-expresionismo, nacionalsocialismo, existencialismo, posestructuralismo, revivalismos religiosos-, que les permitieron sobrevivir a los avatares del siglo. Puede decirse que fueron filósofos siempre de moda, aunque de distintas modas y con públicos cambiantes. Este suceso contradecía paradójicamente lo que Heidegger pensaba de la filosofía en general y de la suya en particular: que debía carecer de «actualidad», no responder a las exigencias de su tiempo, ya que «el filosofar es un saber que no sólo no puede volverse tempestivo, sino que más bien, al revés, coloca el tiempo bajo su medida».
Agua. Agua en infinidad de lugares y manifestaciones. Aquella que brota en pozos y manantiales o la que en forma de cascadas o en infinidad de arroyos busca presurosa la planicie aluvial. Estas corrientes de vida también se enuncian en la multitud de ciénagas que horadan las sabanas o en la miríada de los ríos, esteros y manglares que unen la tierra con la profunda oscuridad del océano. Desde aquel diario con estos y otros mil rostros que ofrece el universo acuático, las comunidades afrodescendientes del Chocó han creado no solo variadas posibilidades de supervivencia material, sino un conjunto de narraciones orales y de prácticas culturales asociadas (agüeros, rezos, conjuros, mágicos, etc.) que les han permitido convertir a este elemento en una parte sustancial del territorio que habitan en la actualidad. De allí que hayan poblado sus líquidos paisajes, entre otros referentes de la identidad negra, con serpientes colosales, con bellas y, a la par, peligrosas sirenas, con luces mister...
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