El visitante desprevenido del museo de Orsay, en París, suele recibir un cierto choque más o menos grato al encontrar en la sala de los simbolistas el enorme cuadro La escuela de Platón. Una escena a la vez serena y sensual, reflexiva y descocada, enigmática pero muy directa... Un Platón bastante parecido a Cristo habla a doce discípulos que, afortunadamente, en nada recuerdan a los apóstoles. ¿Se trata de una piadosa blasfemia o de un simple capricho? El cuadro fue pintado en 1898 por un simbolista belga no muy conocido, Jean Delville, que era un tipo realmente curioso, fanático del idealismo en la representación artística y amigo de figuras a medio camino entre la nigromancia y el dandismo, como Villiers de l'Isle Adam o Sâr Peladan.
Agua. Agua en infinidad de lugares y manifestaciones. Aquella que brota en pozos y manantiales o la que en forma de cascadas o en infinidad de arroyos busca presurosa la planicie aluvial. Estas corrientes de vida también se enuncian en la multitud de ciénagas que horadan las sabanas o en la miríada de los ríos, esteros y manglares que unen la tierra con la profunda oscuridad del océano. Desde aquel diario con estos y otros mil rostros que ofrece el universo acuático, las comunidades afrodescendientes del Chocó han creado no solo variadas posibilidades de supervivencia material, sino un conjunto de narraciones orales y de prácticas culturales asociadas (agüeros, rezos, conjuros, mágicos, etc.) que les han permitido convertir a este elemento en una parte sustancial del territorio que habitan en la actualidad. De allí que hayan poblado sus líquidos paisajes, entre otros referentes de la identidad negra, con serpientes colosales, con bellas y, a la par, peligrosas sirenas, con luces mister...
Comentarios
Publicar un comentario