Al iniciar la escritura de "Este pequeño y maravillosos mundo que nos dieron para vivir...", con el Homo sapiens como su mayor e incansable depredador, mi imaginación comenzó a recorre todos aquellos recuerdos no vividos y sí contados a través de la historia de la humanidad. Me encontré con una triste herencia, mucha violencia de mis antepasados, guerras sin fin, la depredación de los recursos naturales, su fauna y flora, incluyendo el agua fuente de vida, desigualdad social entre la inequidad e injusticias, guerras santas y no santas por la religión, las muerte a los más pobres, el hambre, las enfermedades y los virus que se propagaban por esta pequeña aldea de proceso de globalización, sin distingo social alguna, raza o religión.
Agua. Agua en infinidad de lugares y manifestaciones. Aquella que brota en pozos y manantiales o la que en forma de cascadas o en infinidad de arroyos busca presurosa la planicie aluvial. Estas corrientes de vida también se enuncian en la multitud de ciénagas que horadan las sabanas o en la miríada de los ríos, esteros y manglares que unen la tierra con la profunda oscuridad del océano. Desde aquel diario con estos y otros mil rostros que ofrece el universo acuático, las comunidades afrodescendientes del Chocó han creado no solo variadas posibilidades de supervivencia material, sino un conjunto de narraciones orales y de prácticas culturales asociadas (agüeros, rezos, conjuros, mágicos, etc.) que les han permitido convertir a este elemento en una parte sustancial del territorio que habitan en la actualidad. De allí que hayan poblado sus líquidos paisajes, entre otros referentes de la identidad negra, con serpientes colosales, con bellas y, a la par, peligrosas sirenas, con luces mister...
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