El 30 de abril de 1984 fue asesinado en Bogotá el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla. Un sicario contratado por Pablo Escobar disparó contra el Mercedes Benz en que viajaba el ministro, sentado a la derecha en el asiento de atrás. Los tiros se hicieron contra el lado derecho del vehículo. El vehículo y la moto del sicario viajaban a 80 kilómetros por hora. Así se divulgó en su momento y así se consignó en la investigación penal. Pero nunca se reveló que el cadáver de Lara presentaba un orificio de entrada por el costado izquierdo del pecho. El chofer del vehículo no sufrió ni un rasguño. El escolta sentado delante del ministro sobrevivió con una herida muy leve, no obstante las ráfagas de ametralladora disparadas por el sicario. La ventanilla de la puerta del chofer no se rompió, pese al fuerte tiroteo que describieron los agentes del DAS.
Agua. Agua en infinidad de lugares y manifestaciones. Aquella que brota en pozos y manantiales o la que en forma de cascadas o en infinidad de arroyos busca presurosa la planicie aluvial. Estas corrientes de vida también se enuncian en la multitud de ciénagas que horadan las sabanas o en la miríada de los ríos, esteros y manglares que unen la tierra con la profunda oscuridad del océano. Desde aquel diario con estos y otros mil rostros que ofrece el universo acuático, las comunidades afrodescendientes del Chocó han creado no solo variadas posibilidades de supervivencia material, sino un conjunto de narraciones orales y de prácticas culturales asociadas (agüeros, rezos, conjuros, mágicos, etc.) que les han permitido convertir a este elemento en una parte sustancial del territorio que habitan en la actualidad. De allí que hayan poblado sus líquidos paisajes, entre otros referentes de la identidad negra, con serpientes colosales, con bellas y, a la par, peligrosas sirenas, con luces mister...
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